Opinión

 

30-03-2009

Opinión Invitada; Fernando Navarro


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Fernando Navarro es redactor de El País y Rolling Stone. Colaborador habitual del suplemento cultural Babelia y las revistas musicales Ruta 66 y Efe Eme. Autor del blog La Ruta Norteamericana para la web de El País.

Aquella tarde me colé en la habitación del hermano mayor de mi mejor amigo y salí con un doble disco, con la carátula bastante dañada, bajo el brazo. Mi amigo me dijo: "Ése creo que es uno de los preferidos de mi hermano, si te lo llevas, que no se entere". De habérmelo dicho hoy, sin duda, hubiese hecho caso a la advertencia, pero ser un chaval te permite ciertas licencias como ser inconsciente. Por aquel entonces, el hermano mayor de mi mejor amigo podía haberme pateado el culo, pero sin pensármelo dos veces hice mío ese disco de portada azul y me largué a casa.

Creo que es uno de los primeros y más intensos momentos que recuerdo, y recordaré, de lo que es entrar en comunión con el propósito de un álbum. Todavía andaba en el colegio y acaba de entrar en contacto con un tal Bruce Springsteen al que, como supe poco después, siempre citaban por la radio, la tele o el periódico. Pero esa tarde, en mi habitación, caían pequeñas gotas de agua al otro lado de la ventana y la luz de la lámpara temblaba cuando puse a correr el primer disco de The River.

Era septiembre, y ciertamente septiembre es un mes traicionero. Fue como girar la solitaria esquina y darte de bruces con una calle repleta de gente. Da igual si llovía, la gente bailaba y lloraba de alegría y pena bajo la conquista de aquel rock'n'roll. Un mundo de contradicciones, de paradojas, donde se intercalaban las efusivas composiciones de amor y barrio con las baladas emotivas y reales como el asfixiante aire de mi habitación. Ahí estaba yo, jugando a ser el chico de la calle, el desterrado romántico, el chaval de la chupa de cuero, las botas de punta y los sueños por cumplir. Ahí estaba yo en medio de todo ese vendaval de auténtico rock, conteniendo la respiración, dejando caer alguna lágrima, presa del éxtasis de un disco que me enseñó a preguntarme quién soy y salir ahí fuera a saber si la vida es real.

Grabé ese The River birlado en unas cintas de casette. Hoy apenas pueden girar de tantas vueltas que dieron en mi walkman. Pero fueron el verdadero motor de una vida que se emociona con los grandes momentos del rock'n'roll. 

Autor: Fernando Navarro

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