Opinión
04-02-2011
Opinión Invitada; Juan Abarca, cantante de Mamá Ladilla
La música me ha llamado la atención desde siempre, así que me resultaría muy difícil determinar cuál fue mi primera experiencia, habiendo vivido además con tres hermanas mayores que se ponían a cantar cualquier cosa en plan polifónico a la primera de cambio y me dejaban extasiado. Es algo que no he parado nunca de respirar como el mismo aire. Sin embargo conservo un recuerdo que aúna la llamada primaria de la música con la primera inversión de mi escueto presupuesto en ella.
Tendría yo nueve años si no me fallan las cuentas, y estaba veraneando por ahí con mis padres y hermanos (dada mi provecta edad actual, imaginaos en todo una ambientación tipo “Cuéntame” y acertaréis). Paramos a tomar algo en un bar de carretera en el que la tele en blanco y negro, entre pamplina y pamplina, se puso a hablar de un grupo de pop sueco, ABBA, que en ese momento se encontraba en el país promocionando un disco cantado en castellano. Allí se lanzaron los cuatro pintones a “interpretar” en playback Solo tú, sola yo (castellanización de su famoso Knowing you, knowing me). Y yo, demasiado joven aún para ponerme rijoso con la contemplación de las dos bellas suecas -eso ya llegaría-, me quedé hondamente prendado de las voces del estribillo. ¡Coñe, era lo que sabían hacer mis hermanas, pero mucho mejor!
No sabía que estaba siendo víctima de un póker de ases invencible: Una canción muy inspirada y dramática, una armonización de las líneas vocales excelente, un par de vozarrones de los que no abundan y, rematando la faena, una producción cuidadísima que no ponía reparos a la multiplicación infinita de voces (su mejor arma) y se valía además del incontestable muro de sonido ideado por Phil Spector. Se trataba, simple y llanamente, de un clásico actual, un clásico reciente al que unas cuantas décadas han mantenido en su sitio sin dificultad, por derecho propio.
Tuve que esperar hasta el día de Navidad, momento en que mis tíos tiraban la casa por la ventana con unos aguinaldos que me convertían en “persona pudiente” por única vez en el año. Al día siguiente agarré todo lo que tenía y me compré el vinilo, al que no tardé en hacer un rayajo estupendo que hace sonar un fuerte crok, crok durante un minuto y que más tarde quedó mutilado gravemente cuando presté a alguien el papel que lo envolvía, con las letras, y no me lo devolvió.
Hace poco estuve a punto de comprarlo de nuevo de segunda mano, pero me pareció mear fuera del tiesto. A mí el que me gusta es el que compré aquel día, por hecho polvo que esté.
Autor: Juan Abarca